No deja de ser sorprendente como, a pesar de los tiempos que corren, del avance
científico, del estar inmersos en llamada era de la información y todo eso,
la población parece estar mucho más perdida en relación a lo que come y
deja de comer… y, además, elegir peor; al menos así lo indican los
datos (véanse las páginas 31 y siguientes del anterior enlace). Peor que,
por ejemplo, hace unos cuantos años, pongamos 40 ó 50, cuando no había tanta
información, ni medios de acceso a la misma, ni había una mayor preocupación y,
sin embargo, se comía mejor que ahora. ¿Nos hemos vuelto locos?
No lo sé, pero de lo que no cabe duda es que algo está fallando.
Me explico, hace esos mismos años a los que me refiero no había
tantos profesionales de la nutrición (como es el caso de quien ahora
les hace llegar estas líneas) tratando de transmitir a la población qué
y qué no es más recomendable comer. Los menús los confeccionaba una
persona en casa y, por lo general eran bastante más equilibrados y adecuados de
lo que ahora lo son. ¿Dónde está el problema? ¿Por qué en este sentido hemos más
involucionado que avanzado en lo que se refiere a
un mejor hacer y, lo que es
más curioso, en la tranquilidad de saber que así se
hace?
En mi opinión la respuesta no es sencilla. Son muchas las circunstancias que nos han llevado en sentido contrario al deseado y sería difícil atribuirles un peso específico a cada una de ellas. Entre esas circunstancias están sin lugar a dudas el cambio en la organización de los tiempos de trabajo, la redistribución con respecto a antaño de las llamadas “labores domésticas” (ya era hora), las nuevas y omnipresentes “soluciones” de la industria alimentaria para dar cuenta del acto alimentario, la presencia de “profesionales del tipo “aprovechategui” que saben hacer bueno aquel dicho de “a río revuelto ganancia de pescadores” y… por supuesto (aunque nos pese y parezca lo contrario) una mayor despreocupación por nuestra parte a la hora de tomar el pulso real a ese acto alimentario, tan humano, tan familiar, tan nuestro, tan cercano… al menos antes.
En mi opinión la respuesta no es sencilla. Son muchas las circunstancias que nos han llevado en sentido contrario al deseado y sería difícil atribuirles un peso específico a cada una de ellas. Entre esas circunstancias están sin lugar a dudas el cambio en la organización de los tiempos de trabajo, la redistribución con respecto a antaño de las llamadas “labores domésticas” (ya era hora), las nuevas y omnipresentes “soluciones” de la industria alimentaria para dar cuenta del acto alimentario, la presencia de “profesionales del tipo “aprovechategui” que saben hacer bueno aquel dicho de “a río revuelto ganancia de pescadores” y… por supuesto (aunque nos pese y parezca lo contrario) una mayor despreocupación por nuestra parte a la hora de tomar el pulso real a ese acto alimentario, tan humano, tan familiar, tan nuestro, tan cercano… al menos antes.
Así pues, creo que el principal error de nuestro tiempo para terminar
por llevar una alimentación más adecuada es la despreocupación. Aunque
parezca y expresemos lo
contrario. Cada generación sabe menos que la anterior
de cocina y por lo tanto se dedica menos tiempo a los fogones, se planifica menos, se pasa menos tiempo en los mercados comprando comida de verdad (y más en los
supermercados) cada vez más se recurre al uso de platos preparados, a la compra de propuestas
alimenticias enlatadas, termoselladas y engalanadas con una miríada de alegaciones salutíferas en sus
envases. Comemos más veces fuera de casa y al llegar a la
misma, cuando finalmente toca, se abre un bote, o se
levanta el auricular del teléfono para hacer un encargo de comida a domicilio.
Posiblemente haya muchos elementos particulares que maticen y modifiquen en
cada caso particular este paradigma del actual comportamiento alimentario. Pero
como digo, en mi opinión, antes de llegar a ellos y en líneas generales lo que
se debería hacer es poner más el acento en empezar a ser, o ser
más, los actores principales en la planificación de nuestra
alimentación y
de los que, como padres y madres, dependen de nosotros.
Si nosotros no lo hacemos bien, ya sea porque no queremos o porque no sabemos,
no sé como diantre pretendemos que nuestros hijos terminen por comer
bien el día de mañana.
Al final, tal y como en cierta medida transmite la peli de Disney “El Rey
León” y su tema principal “el ciclo de la vida”… ellos terminarán siendo
y haciendo aquello que nosotros les propongamos ser y hacer. O, al menos,
el hacerlo de una determinada forma ayudará a incrementar las
probabilidades de que ellos lo hagan así.
Entonces, retomemos la manija de nuestra alimentación,
impliquémonos como antes se hacía y compartamos ese conocimiento para
que no se pierda… incluidas las recetas.